lunes, 23 de enero de 2017

Chaquetas Mentales... y manuales.

La otra vez leí un artículo que una amiga me mando llamado “Tetas y chistes machistas: el asqueroso mundo de los grupos de WhatsApp de tíos”. Mi amiga me lo envió para conocer mi elegante y fina opinión y para conocer más sobre este asunto, pues resulta que en una de ésas encontró a su novio «revisando» la imagen de una tetona que le habían enviado sus amiguitos, y ella, claro, se sacó de onda bien cañón. Cabe mencionar que casi no tengo amigos varones con los que puedo hablar honestamente del tema y los que tengo los cuento con los dedos de la mano de un manco, porque sí, porque también me caga la mayoría de los hombres. Así que procuro no estar en grupitos pendejos donde se comparten infinitas cantidades de estupideces, ni tampoco soy uno de esos usuarios que viven con la cabeza gacha y fija en la pinche pantallita más que pal Candy Crush. Razones existen muchas. 

Se sabe que la tecnología nos ha rebasado. Que, contrario a lo que dice Bolter, las aplicaciones tecnológicas finalmente nos están manejando y no nosotros a ellas. Así también, este «contracultural uso» que hacemos de las tecnologías, ha contribuido al deterioro irreversible de la comunicación; queremos decir todo y nada con emoticones. Queremos, con el afán de ser inmediatos, sintetizar la palabra «que» por «k» o «q», o la «x» por «por», y por supuesto hacemos como si los acentos ni la puntuación importaran, como si fueran de chocolate, porque al cabo «sí me entendiste, ¿no?» Y pues la verdad y rindiéndole honores a la inmediatez, que los entienda y descifre su chingadamadre, porque yo ya me cansé, la neta.

Y sí, vale, entiendo que el lenguaje tiene que «sufrir» adaptaciones implícitas por la época. Pero sinceramente me cuesta mucho trabajo imaginar mi obituario escrito con monitos y otras pendejadas. Y ni qué decir de mi eterna epígrafe. 

Qué onda con esa pinche necesidad de estar en compañía permanente. Sí, ya sé que desde siempre ha existido. Desde que nuestros tatatatatarabuelos los simios, se dieron cuenta que estando en equipo eran más letales, más efectivos, hasta que la modernidad impuso a la radio, luego a la tele y finalmente al internet, como excelentes compañías ante una ahogante soledad colectiva. Aún así insisto en que los «dispositivos» no son la razón de esta disfunción social. No nos interesa qué dice, padece o siente el, porque desde nuestro centro «parece» que no es para tanto y además, qué nos importa… Sí, podemos ser patéticos hasta el infinito, pero nunca solos, nunca como ese árbol que caen en medio de nada y nadie lo escucha. Así, en este afán de -no estar solos- nos relacionamos con los otros publicando lo que comen, su situación sentimental, o pendejadas vacías y sin sentido, más bien les presentamos un “yo soy así” versión editada. Así como en las «selfies», donde presumimos el culo, los bíceps, nuestra presencia en alguna de las siete maravillas del mundo o en el gym, goooei, etcétera, manejando de forma inconsciente la retórica, estética y sintaxis, para construir un mensaje visual que le comunique al otro lo que creemos que somos. Aunque eso yo más bien lo asumo como el ápice de la deconstrucción. Y exactamente sucede lo mismo con las conversaciones de texto. Me apuntaba un cuate la otra vez diciendo que me equivocaba de red social, y me recomendaba otras. No, estoy aquí por gusto, porque realmente los conozco y sé cómo pueden llegar a ser tan sólo en lo que se lee y se ve de ustedes.

El otro asunto: el porno, los hombres y la tecnología. 

Hoy puedo agradecer infinitamente haber sido educado por lobos, así, igual que Mowgli. Lobos adultos que infringieron mi cortedad mostrándome que el camino correcto, efectivo y más satisfactorio, aunque a veces siempre me di mi tiempo para conocer lo “prohibido”, lo “desconocido”. 

No podré negar que mis púberes chaquetas fueron satisfactorias y experimentales antes de lanzarme a las ligas mayores, ya conforme pasa el tiempo te das cuenta que el pensamiento «mis ojos gozan, pero mi pito sufre» ya no lo es todo. Así que siempre me incliné por la acción, o sea que si alguien me gustaba, se lo decía y que sea lo que el diablo tiente. Porque eso de sólo mirar lo uso para las fotos, los dibujos y los cuentos, y no como los seres menores para construir con ello las más torcidas puñetas. Porque para la mayoría, la vista y el ver son asuntos de la normalidad, y lo más cagantemente absurdo es que apelan a que «la vista es natural». Sí como no, ya me imagino a rebatiéndoles a Goethe y a Aristóteles, ese asunto de que la mirada no es absolutamente invasiva, transgresora y embarazadora. 

No por nada mi abuela me contaba que su mamá le decía que no mirara a los charros, porque esos hombres eran capaces de embarazarla con la simple vista. Sí, muchas veces el mirar se puede asumir como una forma de control, de poder y dominación (pregúntenle a mi jefecita, capaz de mantener quieta a la cobra más venenosa con tan solo verla y decirle: “En la casa hablamos”.)

Así como pasa con los animales silvestres (y que conste que no me estoy refiriendo a la mayoría de los señores), por ejemplo. Entonces, si la industria pornográfica ha gozado de un éxito increíble se debe al vacío del hombre que la ocupa para auto satisfacerse y a su poca capacidad de socializar e intimar con alguna chica. Y no estoy únicamente hablando del hombre promedio, porque aunque soy el «mamon», sí he tenido contacto con hombres que van desde el albañil que se orina en botellas de refresco y se aplaude a sí mismo por su acto tan simpático, hasta el docente de doctorado que hace «casting» para escoger a la más bella y sabrosa asistente. Sí. Cuando para mí, el cine alternativo (porno pa los cuates), puede ser utilizado para avivar la flámita en pareja y sacar uno que otro bajo instinto con ella, o ya si de plano tienes una mujer más fría que el témpano asesino del Titanic, y más cerrada que la opinión de una monja, pues fantasea un poco tú solo.

Así pues, y con terror absoluto de ser desterrado para siempre del club de Toby, vomito sin pena alguna sobre mi propio género, y me niego a ser considerado parte de estos seres tan simples, básicos, urgidos, primitivos y pendejos. 

Ya lo saben: a mí no me manden fotitos de encueradas ni mensajitos complejos que dicen nada. Mejor háganle como Blondie y su canción «Call me». Bays!