viernes, 4 de mayo de 2018

Justo en la memoria

Lo conocí en una fiesta en la casa de un vato que tenía en Cuernavaca. estaba leyendo un libro grande y grueso y de vez en vez levantaba la mirada para saludar a alguien o para decir que una canción era buenísima. Y verlo ahí, sentado en un rincón de la fiesta en medio de rock, chelas y una piscina que parecía un aljibe de miados, primero me hizo pensar que era pura farolada pero el tiempo pasaba y él seguía ahí, aislado igual. Cuando empezaba a amanecer, no pude con mi curiosidad y ebriedad y me acerqué a él, le pregunté que qué mierda estaba haciendo y le dije que si tenía tarea se hubiera quedado en su casa. Él levantó la cara como si nada y me dijo que tenía que resolver una ecuación. Yo eché un ojo al libro y vi puros números. 
—Estudias matemáticas?, le pregunté. 
—No, sólo me gustan los números, me dijo. 
—Y puedes estudiar aquí en medio de este puto desmadre?, lo volví a interrogar. 
—Por supuesto que me cuesta mucho trabajo, pero le prometí a Angelica que vendría a su fiesta, me respondió. 
—Oh Ya... y pues yo creo que esto ya valió madre, vamos a ir a desayunar, ¿quieres venir? Me llamo Julio...

Angelica era una amiga en comun que teníamos, así que algún momento le pregunté por aquel chico. 
—¿Quién? 
—El wey ese que se la pasó en un rincón, tenía un nombre raro... 
—Ahhh, sí sí... dice que su nombre es hebreo, va en ingeniería y a veces se aparece en las fiestas así nomás, y sí, es raro. Me respondió.

Despues de esa bacanal, siempre me lo encontraba en las fiestas y siempre con un libro:
—Y ahora que lees? Le pregunté.
—A Lovecraft ¿lo has leído? 
—Ahuevo, es de mis favoritos. El domingo quieres ir al cine con nosotros? 
—Sí, vamos. Esa rola es buenísima es de Rage Against The Machine?... 

Así pasamos de las fiestas al cine y luego a reuniones más privadas, hasta que la vida hizo lo suyo y nos comenzamos a distanciar. No lo había mencionado pero lo consideré uno de mis mejores amigos y compañía en ese tiempo. 

Años después me encontré con un amigo de esos tiempos y le pregunté por él. 
—¿No supiste? 
—No, qué. 
—Estuvo en el manicure (manicomio). 
—Ah no mames!, ¿por qué? 
—Dicen que un día entró a un Oxxo y que comenzó a tomar cosas y se salió sin pagar. Obviamente le llamaron a la patrulla, pero él estaba en el alucine de que todas las cosas eran suyas, o sea todas: las papitas, las galletas, las estrellas, el sol, la luna o las estrellas... todo era de él.
—Que mal pedo!. Fue lo último.

El lunes pasado en el metro, antes de cruzar los torniquetes, escuché que alguien gritaba mi nombre. Giré para ver quién me llamaba, pero no pude distinguir a nadie, así que me di la vuelta entonces estaba frente a mí. 

—Qué onda, para dónde vas. Me preguntó sonriente
—Amm hola! voy a Marina Nacional por algo de la chamba y ¿tú?. (Me costó trabajo digerir lo que veía)
—Yo también, voy al jale.

Era él. Pese a los años estaba idéntico. Sí una que otra cana por ahí en su todavía cabello largo. Vestía ropa que parecía le quedaba grande, de a cholo y además estaba sucia. Era naranja, el color del departamento de limpia de la CDMX. 
Le pregunté si traía boleto y de inmediato sacó un gafete de su mochila sucia y se lo mostró al policía. 
—Son las ventajas de trabajar para el gobierno, me dijo. 

Ambos subimos al mismo vagón del metro y durante 4 estaciones hablamos de todo y cualquier cosa como si los años nunca hubieran pasado, hasta que me dijo: 
—Aquí bajo. Y pues la verdad yo creo que nunca más nos volveremos a ver. Cuídate».

Y pues si la verdad, es que después de ese día mi cordura se cuestiona las palabras finales de nuestra conversación. Por cierto el se llama Glosbe, que en hebreo significa «Olvido»...